Lo primero que hicimos fue cambiar unos cuantos euros en el propio aeropuerto. En la República Checa se paga con coronas checas. Luego nos dirigimos a nuestra puerta de embarque y salimos de Madrid con una hora de retraso. Volamos con Air Europa. Tras recorrer los 2.300 kms que separan ambas ciudades en unas 3 horas de vuelo, aterrizamos en Praga. Nos dimos cuenta de que no habíamos cambiado de hora. Eso quería decir que allí empezaba a atardecer antes que aquí. Así que antes de las 6 de la tarde ya era de noche.
Al final, entre unas cosas y otras, llegamos al hotel Top Hotel Praga pasadas las 7 de la tarde. Ya era noche totalmente cerrada. Añadiendo a eso que en la República Checa tienen unos horarios muy europeos, al contrario que en España, pues lo mejor que podíamos hacer era cenar en el propio hotel. Estaba situado en una zona residencial, algo alejada del centro histórico de la ciudad, y no había un sitio mejor al que ir.
Una vez terminamos, nos enteramos de los horarios del desayuno y vimos que se empezaba a servir a partir de las 6 y media de la mañana. Dormir pronto era una necesidad. Así que nos fuimos a la habitación como buenamente pudimos. Y es que el hotel, con unas 900 habitaciones en su interior, estaba infestado de excursiones de colegios italianos. Eso quiere decir que había correteando por los pasillos una cantidad enorme de adolescentes en dirección a los restaurantes, la piscina cubierta, sus habitaciones. Y eso implicó también una gran cantidad de ruido durante la noche.
De todas formas, el hotel estaba bien, con habitaciones grandes y camas cómodas. El baño también era grande aunque algunas incomodidades como una señal de wifi algo débil. El precio me pareció muy recomendable, pues apenas llegaba a 30 euros por noche la habitación doble con desayuno incluido, y lo único realmente malo era la distancia que había al centro histórico.