Se conocen como tetrameles, y rompen las estructuras del templo. Pero hacen que el entorno tenga un aspecto único. Después de comer en una zona de restaurantes muy cercana, me dirigí a la entrada.
Aunque no lo parezca, tiene un tamaño considerable. La visita se hace guiada, no por una persona sino por unas flechas. Eso le da más sentido aún a la visita. Yo accedí desde el lado este. Y rápidamente vi las ruinas con los árboles sobresaliendo hacia las alturas.
Comencé a seguir el camino que marcaban las flechas. Había rincones verdaderamente mágicos. No soy capaz de imaginar la cara de los franceses que descubrieron este lugar. Había muchas esquinas donde un tetramel se levantaba majestuoso. Algunos bloques de piedra estaban en el suelo. Otras zonas se habían derrumbado. Pero el Templo de Ta Prohm rebosaba magia por todas partes.
Llegué hasta el extremo occidental y comencé la vuelta. El conductor del tuk tuk me estaba esperando. Me ofreció la posibilidad de visitar algún templo más de Angkor Wat, como Banteay Kdei. Pero yo estaba sudando mucho y me encontraba muy cansado. Di la visita por terminada.
Volvimos a Siem Reap y me dejó en el hotel. Me fui directamente a la ducha y estuve allí un buen rato. Después de eso, me puse ropa limpia y pedí algo de cenar. Al día siguiente me tocaba madrugar un poco. Tenía un vuelo a las 9 de la mañana para ir a Phuket, Tailandia.