Día 2. Corinto y Acrocorinto.

Día 2. Corinto y Acrocorinto.Día 2. Corinto y Acrocorinto. El segundo día del viaje por el Peloponeso nos llevaría desde Atenas hasta la antigua ciudad de Corinto y la fortificación de Acrocorinto. Aproximadamente había una hora de recorrido en coche, con algún peaje de por medio y buenas autopistas. Así que más o menos llegamos a nuestro destino en el tiempo previsto. Eso quería decir que ya habíamos llegado al Peloponeso.

Hay que tener presente que un GPS no garantiza llegar al sitio exacto aunque ese sea nuestro objetivo. Y no importa si el GPS habla griego o español, a veces estas cosas fallan. Parecía difícil no llegar a la antigua ciudad de Corinto pero así fue. La falta de indicaciones en la carretera y unos mapas, teóricamente, poco cuidados en pueblecillos y carreteras de poca monta derivan en estas cosas.

Para explicarme mejor, diré que la ciudad de Corinto, la nueva, está situada junto al mar, a un lado de la autopista. Al otro lado de la autopista, a unos 7 kms de distancia, se encuentra la antigua ciudad de Corinto. La salida de la autopista no es la misma para ir a un sitio que para ir al otro. Eso el GPS no debía tenerlo muy claro. En cualquier caso, después de dar alguna vuelta que otra, conseguimos dejar el coche en un parking de tierra. Fuimos andando hasta las ruinas de la antigua ciudad de Corinto.

La entrada al recinto cuesta 6 euros, aunque merece la pena pagar si queremos ver las ruinas porque por fuera se ve más bien poco. Una vez accedimos, y tras hacernos con un pequeño mapa sobre las cosas más interesantes que había que ver, comenzamos nuestra visita. Lo primero que vimos fue la Fuente de Glauce. Parece cualquier cosa menos una fuente. Se trata de uno de las construcciones más primitivas de la antigua ciudad de Corinto.

Afortunadamente, y quizás por ser un día entre semana, me di cuenta de que había muy poca gente de visita. Eso también se agradece mucho, además del calor que hacía. Continuamos nuestra visita y seguimos hasta el próximo destino, el Templo de Apolo. A pesar de que no es el templo de la Grecia clásica que mejor se conserva, sí tiene algunos elementos que lo hacen prácticamente único. Por ejemplo sus columnas de una sola pieza, algo poco común en los templos que aún se conservan. Continuamos caminando por allí, viendo algunas ruinas que difícilmente podían identificarse con edificios concretos. Sin embargo antaño habían sido tiendas, templos o altares dedicados a los dioses.

Después de deambular por allí un buen rato, llegamos a uno de los lugares qué más cosas me transmitió de la antigua ciudad, la Fuente de Peirene. Y es que, aunque su estado de conservación es relativamente bueno, lo que más llama la atención es el agua que sigue fluyendo en su interior. Curiosamente, sigue abasteciendo de agua a la nueva ciudad de Corinto, situada más al norte. Cuando vi el agua, pensé que podía tratarse de algún canal que llevaba agua de la lluvia de algún día anterior o algo así. No le presté demasiada atención hasta que leí el cartel que hablaba sobre esta construcción y sobre el hecho de que seguía funcionando como fuente.

Desde aquí pudimos caminar hacia la salida por la carretera de Lechaion. Es un camino hecho exclusivamente con mármol que comunicaba el ágora de la antigua ciudad de Corinto con el puerto. Éste se encontraba más al norte. A ambos lados de este pequeño trozo de calzada pudimos observar otros edificios en ruinas. Por ejemplo, el períbolo de Apollo; unas termas romanas (de Euricles); una basílica romana bajo la cual existen los cimientos de un antiguo mercado griego; y un mercado semicircular.

Un poco más adelante ya estaba la salida de la antigua ciudad. En el exterior, caminando hacia el oeste, había dos cosas más que se podían visitar de manera gratuita. La primera que nos encontramos fue el Odeón de Corinto. Es un pequeño teatro que construyeron los romanos durante su ocupación. Tuvo diferentes usos mientras duró la misma. Y la segunda fue el teatro de Corinto, del cual apenas se conservan unas pocas estructuras.

Una vez concluimos esta primera parte de la visita, fuimos de nuevo hasta el coche. Nos dirigimos hasta nuestro siguiente destino: Acrocorinto. La que en su día fuera la acrópolis de la antigua ciudad de Corinto se había convertido con el paso de los siglos en una inexpugnable fortaleza. Había servido tanto a los francos durante sus cruzadas como al imperio otomano durante su ocupación. Para llegar allí, nuevamente, el GPS no nos fue de gran ayuda. Hay que ir por carreteras que ni siquiera pueden considerarse como secundarias. No obstante, preguntando se llega a todas partes y finalmente fuimos capaces de encontrar el camino.

Creo que uno no es capaz de imaginar lo difícil de tomar una plaza fuerte como Acrocorinto hasta que llega allí. Hay que pensar que antes no existían coches, ni zapatillas deportivas, tampoco se podía vestir una camiseta cuando hacía calor, ni todas las cosas que hacemos actualmente. Imaginar a un ejército intentando tomar esta fortaleza es cansino por todo lo que debía conllevar. El acceso era gratuito, cosa que entendimos a los pocos minutos de comenzar la ascensión. Apenas había escaleras, tan solo rampas con piedras lisas que provocaban más de un resbalón. Pparecía no haber límite a la hora de subir. Si a eso le añadimos los más de 30ºC que teníamos aquel día, se antojaba como una misión imposible llegar hasta lo más alto de Acrocorinto.

Y así fue. Según mis cálculos, nos quedamos a medio camino entre la entrada y el punto más alto, donde curiosamente algunos aventureros habían conseguido llegar. Puedo asegurar que el esfuerzo para llegar a ese punto del camino había sido muy fuerte. No me podía imaginar cómo alguien había llegado hasta la cima con ese calor tan insoportable. Como nuestros cuerpos no podían más y la hora de comer se estaba acercando, decidimos comenzar el descenso por aquellas rampas. Fue más peligroso si cabe que el ascenso, pues resbalar mientras se baja es peor que resbalar mientras se sube. Eso sí, antes de subirnos nuevamente al coche, paramos en un pequeño bar-restaurante-tienda para comprar un poco de agua e hidratarnos, que falta nos hacía.

Fuimos a comer a Kato Assos, uno de los pueblos costeros que hay cerca de Corinto. Allí abundan los restaurantes pegados a la playa. Teníamos intención de quedarnos luego a tomar el sol y bañarnos, pero se nos empezaba a hacer tarde. Todavía no habíamos alcanzado nuestro último destino, en el cual solo pararíamos a dormir. Después del café, cogimos nuevamente el coche y fuimos hasta Trípoli. En esa ciudad prácticamente termina la autopista que lleva desde Atenas al sur del Peloponeso. Allí teníamos una habitación reservada en el hotel Anaktorikon, situado cerca de la plaza Areos y sus parques. Fuimos a cenar a un restaurante cercano. Como estábamos muy cansados, fuimos a dormir porque al día siguiente debíamos continuar el viaje.

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