Día 4. Monemvasia.

Día 4. Monemvasia.Día 4. Monemvasia. El cuarto día fuimos desde Mystras hasta Monemvasia, un peñón de apenas 2 kilómetros de longitud y 300 metros de altura. En el siglo IV quedó separado de la costa a causa de un terremoto. Hoy queda unido al continente por una lengua de tierra. Sobre ella discurre un puente a través del cual pueden discurrir personas y vehículos.

Llegamos a nuestro hotel, el Panorama, en Gefyra. Es el pueblo que hay situado frente al peñón, un hotel muy bien situado y con unas vistas espectaculares. A pesar de que teníamos ganas de entrar en el promontorio y verlo por dentro, primero fuimos a una playa situada al sur de Monemvasia.

Teníamos ganas de relajarnos y el día que hacía invitaba a ello. Preguntamos en el hotel y nos aconsejaron ir ahí. La verdad es que apenas había gente, el agua estaba muy limpia y muy tranquila aunque algo fría. Pudimos tomar el sol, descansar y disfrutar del lugar. Además, desde el punto en el que nos encontrábamos, teníamos una vista privilegiada de Monemvasia. Tanto del peñón como del pequeño pueblo que había en uno de sus lados y que íbamos a visitar a continuación.

Después de un par de horas, nos fuimos al hotel para arreglarnos un poco. Cogimos el coche y nos acercamos lo máximo que pudimos a la puerta de acceso a Monemvasia. El camino para ir andando es algo largo. Aparcar por allí es difícil porque el lugar no está preparado para recibir muchos coches. De hecho, lo normal es aparcar en la carretera que lleva hasta el acceso al pueblo. Así que, después de caminar un poco desde el lugar donde habíamos dejado el coche y acceder al pueblo (gratuitamente), comenzamos a caminar por la calle principal de Monemvasia. Es una calle que carece de nombre pero que comunica la puerta de acceso del pueblo con el final del mismo. Eso es unos cientos de metros más adelante.

En esa calle pudimos ver muchas tiendas en las que vendían todo tipo de recuerdos. También había bares y cafeterías y algunos restaurantes, aunque muchos de éstos estaban algo más recogidos en algunas bocacalles. Precisamente lo primero que hicimos fue comer en uno de esos restaurantes. Uno que daba precisamente al Mar Mediterráneo. Sin duda alguna Monemvasia puede calificarse como un lugar idílico. ¿Por qué? Por la ausencia de coches, la ausencia de ruido, la ausencia de todo tipo de contaminación, la tranquilidad de sus pequeñas y estrechas calles.

No sé si es un lugar para vivir (parece ser que actualmente residen 100 personas en su interior) pero sí es un lugar para pasar unos días de relax. Antes de comenzar la subida a la parte alta del pueblo, donde se encuentran los restos de la fortaleza, vimos algunas cosas más de la parte baja. Por ejemplo, la iglesia de Christos Elkomenos, seguramente el edificio más conocido de Monemvasia.

Una vez nos sentimos preparados, es decir, cuando la comida ya estaba más o menos asentada, comenzamos el ascenso. En esta ocasión, al menos en mi opinión, fue algo menos duro que el día de Acrocorinto o el castillo de Mystras. Quizás por el hecho de que había menos rampas con piedras lisas y más escaleras. Además, en algunos puntos era posible usar las manos como apoyo. Después de superar varios niveles, llegamos a la última muralla, la cual se superaba atravesando una arcada. Pudimos contemplar Monemvasia desde arriba y también buena parte de lo que había alrededor del peñón.

Sin duda alguna debo confesar que las vistas eran increíbles, pues se podía ver el lado continental de Grecia y el Mar Mediterráneo. Además, en la parte superior pudimos ver por fuera (por dentro estaba cerrada) la iglesia de Hagia Sophia. Es una joya arquitectónica de estilo bizantino que se encuentra en uno de los puntos más altos del peñón. También pudimos contemplar algunos restos del Castello, la fortaleza que construyeron los turcos para defender el lugar y que, sin embargo, tomaron los venecianos a finales del siglo XVII.

Después de hacer algunas fotos desde lo más alto, comenzamos el descenso por el mismo camino por el que habíamos ascendido. Cuando llegamos abajo, hicimos un alto para hidratarnos un poco y comprar algunos recuerdos. Es un lugar que merece la pena visitar si uno se deja caer por el Peloponeso. Fuimos nuevamente al hotel para descansar un poco. Y para cenar, como no podía ser de otra forma, decidimos volver al peñón para ver qué ambiente se respiraba por la noche.

Como había poca gente, la verdad es que se estaba en la gloria. Elegimos un pequeño bar con una terracita junto al mar. Cenamos tranquilamente y luego volvimos al hotel. Cuando salimos de la ciudad antigua e íbamos al coche, lo espectacular estaba sobre nuestras cabezas. Un cielo sin contaminación lumínica ni de otro tipo ofrece unas vistas increíbles del firmamento. Se puede ver la Vía Láctea, nuestra galaxia. Es la segunda vez en mi vida que la veo con tanta claridad y es muy bonito.

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