Día 3. Shinjuku y Shibuya. La primera noche en Tokio fue rara. Dormí un total de 12 horas, aunque en 2 partes de 6 horas cada una. Me suele pasar cuando hay mucha diferencia horaria. Así que me desperté, me duché y me puse ropa ligera. Durante esa semana, la temperatura media fue de unos 35ºC y la humedad altísima. No sabría dar un porcentaje, pero no tenía nada que ver con el clima seco que hay en Madrid durante el verano. Cogí mi mochila y me fui andando hacia la estación de Ikebukuro, pasé por debajo y crucé al otro lado.
Para encontrarme con mi amigo, tan solo tenía que llegar hasta Meiji Dori y empezar a andar la calle en dirección sur. A unos 10 minutos andando desde la estación de Ikebukuro encontraría un cruce grande de calles. Él estaría allí esperándome. Antes de llegar, empecé a darme cuenta del porqué de tantas máquinas expendedoras. Con esa temperatura y esa humedad, uno empieza a sudar muchísimo en muy poco tiempo. Yo llevaba andando ya unos 15 minutos. Necesitaba líquidos, pues el desayuno no daba para mucho. Metí algunas monedas en una máquina y saqué mi primera Coca Cola japonesa. Luego hice cálculos y, entre unas cosas y otras (Coca Cola, Aquarius, agua, etc.), bebía unos 7 litros de líquidos cada día. Todo lo perdía sudando por las calles de Tokio.
Una vez que me encontré con mi amigo, fuimos andando por Meiji Dori durante un buen trecho hasta llegar a nuestro primer destino: Hanazono Jinja. Se trataba de un pequeño templo cercano ya a la estación de tren de Shinjuku. Es uno de los centros que tiene Tokio, y allí vi una de las cosas que más me sorprendió de mi vista: cuervos. Negros y enormes cuervos surcaban el cielo de la ciudad, y graznaban de una manera espectacular. Fue la primera vez que los veía en un medio natural.
Desde ahí fuimos hasta el cruce que hay por encima de las vías del tren y que pasa junto a la estación de Shinjuku. Empecé a ver los primeros rascacielos de la ciudad. Cabe destacar la torre NTT DoCoMo, que guarda un parecido con el Big Ben londinense pero con aires mucho más modernos. Nuestro objetivo, no obstante, era llegar hasta el edificio del Ayuntamiento de Tokio.
Este edificio tan alto destaca entre todos los demás que se encuentran en este distrito financiero de Tokio. Mide 243 metros de altura, y tiene observatorios de acceso gratuito que hay en sus plantas superiores. Desde allí hay una vistas increíbles de la ciudad. Desde el Ayuntamiento bajamos hasta Koshu-kaido y fuimos hasta Harajuku. Caminamos por una calle que iba paralela a las vías del tren. Justo delante pudimos ver una actuación de un pequeño grupo musical. También vimos algunos integrantes de las llamadas tribus urbanas. Yo debo destacar a dos chicas que iban vestidas de un modo peculiar (parecido al estilo gótico pero sin ser tan oscuro). En vez de pulseras llevaban unas esposas, como las de los policías.
A escasos metros se encuentra una de las entradas al parque Yoyogi. Es uno de los pulmones verdes que están dentro de Tokio. Destaca, especialmente, tanto por la puerta Ichi-no-torii, una puerta realizada con cipreses de 1.700 años de antigüedad; como por el Meiji Jingu, un templo sintoísta precioso que está situado en pleno corazón del parque. Una de las cosas que aprendí de mi visita a Japón fue el ritual que suelen seguir las personas que visitan un templo de estas características.
Tras pasar una primera puerta en forma de arco, a ambos lados hay unas pilas llenas de agua y con varios cazos colgando a disposición del público para que, quien lo desee, se limpie las manos y con ello purifique su alma. El hecho de no tener las mismas creencias no implica faltar al respeto a quienes sí creen en otras divinidades. Me acerqué a una de las pilas, cogí un cazo, lo llené con agua y lo vertí sobre cada mano. Luego me limpié y me dirigí hacia el edificio principal del templo. Allí la gente pedía sus deseos a la divinidad, y yo recuerdo que pedí el mío pero no se cumplió.
Ya para terminar el día, porque estaba anocheciendo y había que volver al hostal, fuimos hasta Shibuya. Está un poco más al sur de Harajuku. Nos dimos una vuelta por la zona, que estaba llena de gente y con los edificios cubiertos de luces de neón y anuncios. Una de las cosas más peculiares que se pueden encontrar en este lugar es la estatua dedicada a Hachiko. Era un perro akita de pedigrí que acompañaba a su dueño todos los días a la estación de tren. Allí lo esperaba a su regreso, pues era profesor de universidad. Sin embargo, un día su dueño sufrió un infarto mientras impartía clase y murió.
A pesar de ello, y a pesar de que la familia del profesor se hizo cargo del perro, todos los días acudía a la estación de Shibuya a esperar a su amo. Esa historia de lealtad, que ya le gustaría a cualquier ser humano, se tradujo con una estatua hecha en bronce e inagurada con Hachiko aún vivo. Actualmente, el cuerpo disecado del perro se exhibe en el Museo Nacional de la Ciencia de Tokio.
Ya solo quedaba coger el tren que nos llevaría desde Shibuya hasta Ikebukuro. A mí luego me tocaría ir hasta mi hostal pasando antes por la ducha, pues como comenté anteriormente se suda mucho con el calor y la humedad, así que cada día pasaba 2 veces por la ducha, era necesario.